miércoles, 29 de agosto de 2007

Torres y animales

TORRES Y ANIMALES
He disfrutado viendo la película “Ratatouille”, la aconsejo aquí a quienes no la hayan visto todavía. Es estupenda la secuencia en que la rata se da cuenta de que vive en París, porque hasta entonces su vida había transcurrido en el subsuelo o entre cubos de basura. Es un plano de una capacidad simbólica emocionante: el animal sube por cañerías y conductos hasta llegar a un tejado, desde el que tiene perspectiva de la ciudad, con el fondo de la torre Eiffel.
Varios amigos míos han estado en París, y todos coinciden en haber subido a la torre Eiffel (y haber hecho cola para ello, incluso bajo la lluvia). Esta torre fue en buena medida el símbolo del siglo veinte (se levanta para celebrarlo) y lleva camino de serlo también del veintiuno. La torre, como es sabido, tiene en lo alto un pequeño laboratorio, porque en realidad toda esta estructura fue concebida como un instrumento de medición y experimentación. Y sirvió también como faro y como símbolo de la electricidad, en aquella famosa Exposición Universal. Es bonito que el símbolo del romanticismo por excelencia sea a la vez un lugar vinculado a la ciencia y al progreso, que nos besemos en lo alto de una antena.
Distinguir las ciencias de las letras no deja de ser un malentendido con consecuencias lamentables. El libro “Nosotros, los modernos”, de Finkielkraut, publicado el año pasado por Encuentro, y en el que trata extensamente de lo pernicioso que ha sido distinguir la razón científica, desde el Renacimiento, de las llamadas “humanidades”: los totalitarismos siempre se han presentado con una base científica, etcétera. A mis alumnos de Historia les advierto el primer día de clase que no están en una asignatura de letras, entendiendo por tales algo que pertenece a la subjetividad, algo meramente decorativo en la educación o prescindible. Los filósofos presocráticos no dejaban de ser unos científicos, como el propio Aristóteles, o Descartes, o Kant. Casi hasta Nietzsche no encontramos a un filósofo cuyo perfil sea puramente de letras. En realidad la literatura, la poesía, tampoco son algo de letras, porque hablan de cosas reales, son un acercamiento humano a un tipo de realidad que está ahí, la realidad humana. En cierto modo, se puede decir que disciplinas como la química, con sus símbolos y su retórica particular, son más de letras que, por ejemplo, un relato de ficción que pretenda reflejar el mundo cotidiano, con sus angustias, sus costumbres y sus esperanzas.
No recuerdo haber hecho cola para subir a la torre Eiffel. La última vez que hice cola como turista fue en el Museo Vaticano. Era una cola tan impresionante que yo estaba dispuesto a renunciar. Me impresionaron particularmente dos salas: el pasillo de los bustos romanos, donde quedan cientos de retratos en piedra de ciudadanos de la época, y la sala de las esculturas de animales, conmovedora en el esfuerzo que aquellos hombres hicieron de retratar a sus animales de compañía. Resulta moderna y perturbadora esta sala de animales, vinculada a lo infantil y a lo doméstico, y también a lo ganadero y a lo cinegético, lo que nos comemos. El plato estrella de la película “Ratatouille” está hecho de círculos de vegetales; también aparecen muchos quesos y plantas aromáticas. Para ser cocina francesa, se ven pocas carnes. Esto contrasta con otra película de estas semanas, “Dos días en París”, en que un norteamericano ha de vencer su impresión por comerse un conejo. En todo caso, lo que está claro es que lo que conocemos por Francia es una fantasía que mantienen viva los americanos.

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