Hay cosas que se enseñan y cosas que más bien se muestran. Parece que los valores, en principio, son algo más de mostrarse que de enseñarse. Un profesor de física y química que empieza puntualmente sus clases en el instituto y que muestre respeto por los conocimientos de su asignatura está enseñando ya valores. Los valores son algo que debería impregnar de un modo natural toda la educación, cada profesor. La Ética como asignatura tuvo su justificación como un modo de dar clases alternativas a la religión, lo que sin duda fue oportuno y tuvo su sentido. Podemos decir que aquello fue un logro, un avance a mejor, aunque nunca esta asignatura de Ética haya alcanzado en nuestros colegios un carácter de asignatura del todo seria o autónoma. Si ahora se junta con la de “Educación para la ciudadanía” ya son dos “marías”. Pero hay una diferencia. Mientras que la asignatura de Ética fue un logro de la educación laica española (y también un fracaso, si lo vemos desde el punto de vista de que sirvió para justificar que con dinero público los alumnos pudiesen seguir eligiendo la asignatura de Religión), la de “Educación para la ciudadanía”, además de tener un nombre más largo, y por lo tanto más sospechoso, no se sabe bien con qué intención se ha abierto paso en los planes de estudios. Sin haber contado con esta asignatura hasta ahora, España ha aprobado, por ejemplo, la ley del matrimonio entre homosexuales, que es un referente para otros países europeos que sí cuentan con asignaturas similares a la que se empezará a dar en España el curso que viene. En la medida en que los logros en materia social y de libertades se convierten en propaganda política se genera inevitablemente la reacción contraria, lo cual pone en peligro todo lo logrado.
El incluir asignaturas de perfil ideológico, en lugar de asignaturas de contenidos, conlleva un peligro que se ha perfilado claramente en estas últimas semanas: los colegios concertados, o privados, de perfil religioso, se disponen a “adaptar” los contenidos de Ciudadanía (saltémonos el administrativo “Educación para”) a su propio ideario, con lo cual a lo que hemos llegado es a duplicar las clases de religión, más o menos. En el peor de los casos, en el futuro se nos presenta una educación pública sin inversión suficiente para lograr que sus colegios no sean ghettos donde escolarizar a los hijos de inmigrantes, y donde el nivel de conocimientos se rebaja, y el resto de colegios, en su mayor parte religiosos, que se encuentran con un extra de clases para llenar de contenidos según les vaya. Pero lo peor es que se deja de hacer: esta nueva asignatura es a costa de horas hurtadas a otras asignaturas. Si ya el nivel de las humanidades en nuestros planes de estudios está más bajo que nunca, podemos ir a peor. Creo que a la larga es mejor ampliar el número de horas de inglés, de lengua, de literatura, de historia, de griego o latín, o de física y matemáticas, valorando el aprendizaje y el esfuerzo personal. Esto quizá asegure más la ciudadanía y la democracia. La educación en España parece un partido de pimpón, en el que según mande el PP o el PSOE todo se pretende trastocar. Y eso sí que causa alerta a la ciudadanía.
Recuerdo clases “fuera de programa” que recibí y que me parecen oportunas, como una señora que vino al colegio con una dentadura gigante para enseñarnos a limpiar los dientes. Hay cosas de urbanidad e higiene, incluida la sexual, que se deben enseñar. Aparte de eso, creo que la buena literatura, como el resto de las asignaturas humanísticas, enseñan lo que es el mundo y enseñan los valores que nos hacen mejores. Desconfiar de esto quizá sea desconfiar de nosotros mismos.
miércoles, 29 de agosto de 2007
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